P. Daniel Albarran
Érase una vez un enfermo que estaba en un hospital. Se hallaba muy enfermo y su familia pidió a su párroco de, por favor, lo fuera a asistir con el Sacramento de la Unción. El sacerdote, de inmediato, solicito acudió al llamado urgente de su parroquiano, y se dirigió al hospital.
Al llegar al sitio, el párroco no sabía los datos completos de ubicación del enfermo, como el número de habitación y número de piso y la zona de atención donde estaba el enfermo. Sólo sabía los nombres. Y el encargado de la portería no dejó pasar al párroco, exigiendo que volviera a la hora de la visita, que sería al terminar la tarde. De nada sirvieron todos los buenos oficios del párroco para hacer entender al portero que era una cosa apremiante, pues el enfermo se encontraba en los últimos momentos. Tal vez, a la hora de la visita en la tarde, sería demasiado tarde.
Los familiares ignoraban todo, y esperaban al párroco, y a pesar que el hombre de Iglesia, hacía esfuerzos por comunicarse por teléfono, todo estaba siendo imposible, ya que el servicio de telefonía estaba también imposible.
Tomó, entonces, la iniciativa el párroco y fue a saludar a un médico conocido que estaba pasando consulta y le explicó la situación. Y ambos fueron a las debidas instalaciones del hospital en busca del enfermo.
Y, cuando llegaron a la sala del sitio de las enfermeras, éstas se hallaban discutiendo aguerridamente con la doctora de turno, por asuntos políticos, siendo unas de un color, y la doctora, del otro color. Aquello era una discusión que daba pena ajena, pues cada cual defendía su postura.
Los familiares del enfermo recibieron al párroco con gran consuelo, pues en esos momentos terribles lo único que consuela es el amor de Dios. Y todo se procedió como se hace en esos momentos de la vida.
Y....colorín. ..Colorado. ..este cuento se ha acabado.
Fin. .
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